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En el Museo Nacional de Bellas Artes.Casi 80 obras, entre pinturas y esculturas, que dan cuenta de los diferentes periodos en la carrera del artista.
Que levante la mano quien nunca haya visto un diseño, una pintura o un mural de Pérez Celis. Tazas, etiquetas de vino, cubierta de libros, cajas de discos; murales en la Universidad de Morón, en la de Belgrano, en el estadio de Boca. El hombre que invirtió el orden de su nombre y sobre esa base cimentó su carrera artística es casi una marca registrada del arte argentino; y sin dudas uno de los artistas más conocidos entre el público local
Prolífico y diverso, a lo largo de más de cincuenta años de carrera, su obra (o parte de ella) fue exhibida en incontables oportunidades. Pero Testimonio americano, la muestra que ayer se inauguró en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), promete, además de la presencia de algunas de las obras menos conocidas del artista, construir, sobre la base de lo ya conocido, una mirada original.
Más allá de desplegar unas ochenta obras en el pabellón de muestras temporarias del museo, Cristina Rossi, su curadora, aclara que no es una retrospectiva. Haciendo hincapié en los viajes que el artista hizo a lo largo de su vida –y demostrando la importancia que tuvieron los paisajes y personajes con los que Pérez Celis entró en contacto, en la configuración plástica de su mirada– la muestra reúne obras de los distintos períodos de su carrera sin perder de vista su interés por la identidad (o identidades) americanas y su particular forma de asimilarla en pinturas y esculturas.
En este sentido resulta interesante insertar esta muestra en una suerte de dinámica de exhibiciones temporarias dentro del museo, que se proponen como espacio plástico para pensar y repensar la identidad y la cultura del continente. En el caso de Testimonio americano, la presencia de América viene ligada a la trayectoria de un artista, e implicó para su curadora acceder e investigar su archivo personal, y desprender su interés por los motivos americanos de sus propios testimonios.
También configurar, como ella misma lo llama su “grupo de afinidades”. Un grupo de amigos y compañeros entre los que destacan Rafael Squirru –crítico de arte y primer director del Museo de Arte Moderno, mentor de Celis desde el día uno– el escritor Fernando Demaría y hasta Leopoldo Marechal, con los que el artista debatía a fines de los años cincuenta, sobre la importancia de las raíces americanas y la figura del hombre nuevo. Fuertemente influido, en diversos momentos de su vida, por la pintura de Victor Vasarely o las tablas bizantinas, amigo de Luis Wells y Marta Minujín y participante asiduo de las movidas vanguardistas del Instituto Di Tella, su obra no se acopla nunca, sin embargo, a ninguno de los colectivos plásticos que emergieron en esos años, tanto como forma de hacer frente a la ruptura, como a modo de resistencia, de los diversos cánones artísticos. La de Celis es una trayectoria solitaria, más en resonancia con la literatura y el paisaje que con las obras de sus tantos colegas.
Tal vez sea su estadía en Montevideo –y su trabajo cerca de El grupo de los 8, que intentaba alejarse de la intensa influencia que había dejado el trabajo del taller de Torres García en todos artistas del otro lado del Río de La Plata– la excepción que confirme esta regla. Lo cierto es que entre su viaje a Lima –marcado por la experiencia del Machu Pichu– y su estadía en La Pampa –marcada tanto por la llanura como por los relatos de caciques– se fragua su visión de América, sus atisbos figurativos cada vez más gestuales, dentro siempre de una abstracción libre que, aún cuando se vuelve geométrica, lo hace de forma personal y espontánea. Después vendrá Venezuela con sus cadenas montañosas y rascacielos, París, Nueva York.
En la muestra hay, además, maquetas, ilustraciones y la posibilidad de ver, aunque sea en un video, “Fuerza América”, el mural extinto que el artista realizó como relieve de cemento en una de las concesionarias de Di Tella. También están sus trabajos a partir de poemas –serigrafías– y las litografías de la serie “Sara compañera”, dedicadas a su primera esposa. Distintas técnicas, soportes, humores y una agradable tensión entre lo ya visto y lo novedoso, como parte de este viaje/ itinerario sobre la obra de un artista mucho más visto y mucho menos conocido de lo que imaginamos.
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